Para definir la estación otoñal, la mejor estación del año para muchos y que, por cierto, solo se da en determinadas áreas de la Tierra, podríamos dar datos científicos con palabrejas como solsticio, equinoccio, afelio, perihelio, variables climáticas, insolación, radiación solar, inclinación del eje de giro, plano orbital, etc.; y con diferentes métodos como astronómico, climatológico, fenológico, tradicional asiático o irlandés… ¡Qué complicado! Yo uso mi percepción: ha llegado el otoño porque los días se vuelven fresquitos; se acortan las horas de luz; se caen las hojas de la mayor parte de los árboles; los campos, parques y jardines se visten con colores amarillos, naranjas, pardos y rojizos, que contrastan con el verde del rebrote de las hierbas; salen setas y las aves migran al sur y llegan otras del norte.
Pero no solo la naturaleza presenta cambios evidentes, nosotros también. ¿No os dais cuenta de que nos volvemos más sensibles o incluso poéticos? Las hojas sobre el suelo, el petricor (olor a tierra mojada) y los paseos con chaqueta bajo el cielo nublado. Esto es lo que evoca esta estación a la gran mayoría de las personas. Y tiene su explicación: entre los cambios más significativos que nos afectan está el llamado Trastorno Afectivo Estacional (TAE), más conocido como “astenia otoñal”. Sutiles alteraciones en nuestro estado de ánimo, energía y calidad de nuestro descanso que, influidos por la disminución de horas de luz y el descenso térmico, hacen que nuestros niveles de serotonina estén disminuyendo de forma progresiva.
También tiene explicación el cambio de color de las hojas. La clorofila, encargada de darles un tono verde, disminuye en la medida en que la luz solar también se reduce. La clorofila es la encargada de realizar la fotosíntesis en las plantas, que es el proceso con el cual transforman la luz solar en alimento. Millones de células de clorofila saturan las hojas de plantas y árboles, y por eso éstos aparentan ser verdes a nuestros ojos. Sin embargo, las hojas no solamente tienen clorofila: también contienen betacarotenos (naranja), antocianinas (rojo) y flavonoles (amarillo). La producción de clorofila se va reduciendo, nos permite ver los otros químicos de las plantas y sus respectivos colores. Eso quiere decir que, de no tener clorofila, todo el año veríamos las hojas de los mismos colores que en otoño.
Por otro lado, las hojas de los árboles se caen para protegerse y poder sobrevivir a las bajas temperaturas del invierno. Si no dejaran caer sus hojas, éstas se congelarían, lo que perjudicaría y podría llegar a matarlos. Por lo tanto, a medida que la estación avanza, los árboles van cerrando todos los canales de y hacia las hojas para proteger sus ramas. Sin más agua y nutrientes, las hojas se marchitan, se debilitan en sus tallos y se caen. Ya en el suelo, se descomponen y sirven de composta para el mismo árbol. ¡Nada se desperdicia!
Así pues, múltiples son las transformaciones que marcan esta estación. En cualquier caso, el otoño es uno de los momentos más interesantes para adentrarse en un sendero por un tupido bosque o por una descarnada montaña, por la sobrecogedora paleta de colores, olores, sonidos y sensaciones que nos muestra la naturaleza mientras se despereza tras haber permanecido adormecida durante el intenso calor estival. ¡Sal a descubrirlos!
RAÚL MARTÍNEZ
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