Del proceso histórico de la Reconquista tenemos incontables anécdotas y leyendas, especialmente de carácter militar, que intentan resumir ocho siglos de historia. Estos ecos, repetidos por el boca a boca de generación a generación, por historiadores, por los cronistas de la época, relegan —a veces por ignorancia y otras a propósito— el rico tapiz de matices que envuelve una de las épocas más apasionantes que vivió la península ibérica.
El mismo término “reconquista” está siendo, de hecho, discutido y cuestionado por los académicos por no responder a la realidad histórica medieval peninsular. Más allá de la épica bélica, de la yihad y de las bulas de cruzada durante la presencia musulmana, en la época de Al Ándalus se produjeron también —por no decir “sobre todo”— fases de intercambio cultural y social.
Andalucía, con su imponente mezquita de Córdoba o la deslumbrante Alhambra de Granada, símbolos del auge de una civilización en pleno apogeo y expansión, no es la única región que se benefició de este rico y diverso mosaico multicultural. Hay un palacio a la altura de sus hermanas por su imponente arquitectura andalusí a tres horas en coche de Madrid.
Es el enclave de la época situado más al norte de Europa, además de ser el más lujoso y mejor conservado del periodo de Taifas. Para su fundador, Abú Yaáfar, era el Qasr al-surur, el palacio de la alegría, un palacete de recreo que mandó construir a las afueras de Saraqusta, la actual Zaragoza. A nosotros ha llegado como el palacio de la Aljafería, la casa de Yaáfar, en honor a su precursor, que ahora le conocemos como Al Muqtader.
Los restos mudéjares de este recinto fueron declarados individualmente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986. El mudéjar es lo que mejor retrata esta peculiaridad nuestra: un estilo artístico que incorporaba influencias, elementos o materiales de estilo hispano-musulmán. Es la consecuencia de las condiciones de convivencia existentes en la España medieval: una mezcla de corrientes artísticas cristianas (románicas, góticas, renacentistas) y musulmanas, siendo el mudéjar el eslabón entre ambas.
Parece que lo que las espadas separaban en su retahíla letal se unía en las decoraciones de palacios como el de la Aljafería, en un canto a la vida y a la posteridad. Tras la reconquista de Zaragoza en 1118 por Alfonso I, el castillo pasó a ser residencia de los reyes cristianos de Aragón, convirtiéndose en el principal foco difusor del mudéjar aragonés.
Fue utilizado como residencia regia por Pedro IV el Ceremonioso, y posteriormente, en la planta principal, se llevó a cabo la reforma que convirtió estas estancias en palacio de los Reyes Católicos en 1492. En un mismo edificio podemos contemplar tres palacios en uno: en el patio de San Martín, la primera parada de la visita, confluyen los tres con los arcos de estilo árabe, el mudéjar de la iglesia y los escudos de los Reyes Católicos.
En 1593 experimentó otra reforma que lo convertiría en fortaleza militar, primero según diseños renacentistas y más tarde como acuartelamiento de regimientos militares. Sufrió reformas continuas y grandes degradaciones, sobre todo con los sitios de Zaragoza de la Guerra de la Independencia, hasta que finalmente fue restaurado en la segunda mitad del siglo XX y actualmente acoge las Cortes de Aragón.
No se pueden resumir 1.000 años de historia de la Aljafería. Tampoco reducir a reconquista lo que ocurrió durante ocho siglos. Sí podemos, sin embargo, desprendernos de la capa romántica y releer, deshacer, desempolvar esos recovecos de la época, y de muchas otras, que nos oculta la narrativa dominante. En el próximo artículo, os cuento cómo.
LAILA MUHARRAM
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