Regalo de un tiempo donde la vida era hermosa y con pequeñas cosas se disfrutaba. (P. Edison Hernández Valencia)
Yo cambiaba a uno de mis compañeros de mesa del comedor (éramos seis en cada mesa ) del colegio Calasancio mi mantequilla por su panecillo. Ese día había cine.
Antes de empezar la sesión, me abría paso a empellones entre todos los alumnos que abarrotaban la cantina para comprar mi Coca-Cola y mi bolsa de patatas fritas con el dinerillo que había ido ahorrando durante la semana.
Así es como recuerdo LA TABERNA DEL IRLANDÉS, John Ford,1963, sentado con la coca-cola entre las piernas y mordisqueando el panecillo y las patatas fritas casi al mismo tiempo, mientras un puñetazo de John Wayne o de Lee Marvin llenaba toda la pantalla. Eran peleas entre amigos, sin malicia alguna.
Nosotros disfrutábamos de lo lindo y necesitábamos, pedíamos a gritos, que la chica, Elizabeth Allen, se enamorara de Wayne para ser un poco más felices, al menos durante la proyección. Luego salíamos todos encandilados hablando sobre las escenas que más nos habían gustado. Simplemente vivíamos.
Por Felipe Iglesias Serrano