Semana Santa es la época del año en la que nos solemos reunir la familia al completo. Nos gusta compartir unos días juntos, es una tradición que llevamos tiempo realizando a pesar de que la familia crece constantemente y la logística cada vez nos resulta más complicada.
Este año concretamente el lugar de reunión fue Zahara de los Atunes, allí alquilamos una gran casa rural. En una de las cenas el marido de mi hermana nos contó una historia sorprendente que había vivido recientemente. Él tiene una empresa de multiaventura que organiza viajes y diferentes actividades, y tiene varios colaboradores dependiendo de la actividad que vaya a realizar. En esta ocasión tuvo que recurrir a un amigo que tenía una empresa de vuelos en globo. Llegados a un acuerdo con el cliente en los temas pecuniarios y en las fechas, puso manos a la obra. El evento consistía en un par de excursiones a pie, otras en moto de nieve, un descenso de barrancos a un glaciar de la zona, y por último un viaje en globo. Las actividades se llevarían a cabo en diferentes lugares de Svalbard, unas islas septentrionales pertenecientes a Noruega.
El trabajo, según nos comentó mi cuñado, fue duro, pero contaba con la ventaja de que años atrás había organizado un avistamiento de un eclipse solar por aquellos lares. En esta ocasión las actividades las había contratado un turista americano. La cosa transcurría con fluidez, ya que el cliente atesoraba una gran pericia tanto en el manejo de las motos de nieve como en la escalada y en el descenso de barrancos. Llegado el penúltimo día de estancia iniciaron el vuelo en globo. Les sorprendió que el cliente subiera con un portátil, así como con diferentes aparatos electrónicos de los que mi cuñado desconocía no solo su funcionamiento, sino ni siquiera para qué valían. También acompañaban al turista americano un par de pequeños repetidores conectados en serie, un medidor de campo magnético y un variador de frecuencia.
Una vez que ascendieron a la altura pactada, el hombre exigió silencio y puso en funcionamiento su arsenal. Con el portátil se conectó a diferentes ubicaciones a la vez que activó sus aparatos por control remoto. De repente, por medio de ondas de radiofrecuencia, se generó un zumbido casi imperceptible pero continuo. Después de un tiempo de calibración y sincronización comenzó el espectáculo, porque eso es de lo que fueron testigos mi cuñado y su socio: el cielo se oscureció en cuestión de minutos mostrándose sobre él una serie de auroras boreales de diferentes colores; primero aparecieron moradas, después verdes, para por último tomar un tono rojizo, en esta ocasión a una altura considerable justo en el límite superior de la ionosfera, que es cuando en condiciones naturales los átomos de oxígeno generan fotones rojos, pero en este caso habían sido creados de forma artificial. Acabado este primer show, el cielo se abrió, desapareciendo como por arte de magia la oscuridad y mostrándose totalmente despejado. Fue tocar y ajustar un poco las radiofrecuencias en el portátil y comenzó a llover primero, después a nevar, a continuación a granizar y por último, para completar la función, después de un par de acoplamientos más, todos estos fenómenos desaparecieron volviendo a lucir un sol radiante que se mantuvo el resto del día.
Cuento esta historia sin entrar a valorar si es cierta o no, exagerada o no, simplemente la traslado según nos la narró mi cuñado el pasado Jueves Santo.