El día que el Gobierno anunció en junio que abriría los centros de cero a seis para que los niños y niñas pudieran volver a las aulas, a mí, como profesional, no solo me invadió una sensación de sorpresa, sino también de incertidumbre. El Gobierno, por entonces, no se basaba en razones pedagógicas, ni miraba por los alumnos de estas edades, solo quería y buscaba conciliación. Como conocedora de este campo, me irritaba la falta de conocimiento de los que habían tomado esta decisión, sobre lo que es la Educación Infantil y lo que es la conciliación. No miraban por la salud ni por el bienestar de los alumnos, solo querían solucionar un problema que se les planteaba, de manera rápida y sin hacer ruido.
Ninguno de los que toman las decisiones da la importancia que tiene a la etapa de primer ciclo de Infantil. Señores: no somos guarderías, somos escuelas infantiles. Somos el primer escalón en el sistema educativo, y déjenme que les diga que el más importante. Nosotros no guardamos: nosotros proporcionamos un ambiente estimulante, seguro, inclusivo, sin riesgo y saludable para buscar el desarrollo físico, cognitivo, emocional y social, promoviendo la primeras habilidades sociales y físicas, respetando la individualización de cada niño y de cada niña.
Desde entonces, la Comunidad de Madrid ha sacado medidas de prevención frente a la COVID-19 para los centros en referencia a los alumnos y los trabajadores. Y todo este tiempo me he sentido degradada y menospreciada, ya que tuvimos que reivindicar nuestro sitio para que nos tomaran en cuenta dentro de esas medidas y dentro de ese marco educacional.
Todo lo que se pone en el papel queda muy bonito. No es cuestión de mandar termómetros, mascarillas o geles hidroalcohólicos, o que manden más personal, o que los profesionales tengamos que adquirir funciones que no nos competen, como la de hacer de médico, valorando si un alumno tiene síntomas o parece tenerlos, y otras tantas cosas que recogen. Nadie quiere las responsabilidades. Prefieren delegar en las direcciones de los centros, que tampoco tienen los medios para poder llevar a cabo todo lo que se les exige. No se dan cuenta de que para poder proteger a mis alumnos, primero deben proporcionarme esa protección a mí, y aun estando en la inminente apertura de aulas, nadie me está protegiendo. Todas estas medidas tienen que ser reales y tienen que dar seguridad, tanto a los trabajadores, como a las familias. Y os aseguro que en este momento nadie se siente seguro. La angustia que sienten las familias se traspasa de manera involuntaria a sus hijos, y eso se nota en nuestro trabajo, donde tenemos muy en cuenta el cuidado emocional.
Muchas instrucciones y medidas de higiene frente a esta crisis sanitaria, pero nadie ha reparado en que las familias igual necesitan un apoyo emocional y psicológico, un apoyo que en otras ocasiones hemos llevado a cabo día a día con ellos y que en estas circunstancias va a quedar relegado a comunicados online.
En este país hacen protocolos y normativas claras para todo: para ir a comprar, para ir a la playa, para estar en el bar… pero no tienen una normativa que se adapte a la realidad de trabajar con estas personitas; pequeñas, pero personitas. Mis niños y niñas y yo no
vamos a mantener el metro y medio de seguridad. Porque ellos y ellas necesitan el contacto físico, necesitan abrazos, besos, consuelo, que se les ayude, que se les atienda… ¿Y cuál tiene que ser nuestra postura? ¿Pretenden o creen que lo podemos hacer a distancia? ¿Tenemos que ir en contra de lo que sentimos, de nuestro día a día, de las pequeñas cosas que forman la complicidad, la relación y el apego entre educador-niño? Eso es imposible. Nosotros creamos un vínculo que no entiende de distancias, pero eso solo puede entenderlo quien tiene corazón y no se guía por leyes….
Leticia Fierros, educadora infantil