El leopardo de las nieves, junto a la pantera nebulosa y al lince boreal, forman el grupo de los felinos más esquivos de la Tierra, a los cuales resulta muy difícil avistar y por lo tanto estudiar en profundidad.
Sin embargo, el primero tiene peculiaridades que le hacen destacar sobre los demás. Una de ellas es que es un animal capaz de vivir a alturas de 6.000 metros, donde el aire está altamente enrarecido por la ausencia de oxígeno. Su anatomía está diseñada de manera envidiable para adaptarse a entornos tan hostiles: posee una larga cola, muy gruesa, del tamaño de su cuerpo, que le vale tanto para abrigarse a modo de manta como para realizar giros en el aire a la hora de saltar sobre sus presas, puesto que suele atacarlas desde arriba, en ocasiones abalanzándose sobre ellas desde más de 15 metros de altura y amortiguando la caída con sus enormes pezuñas, que a la vez le sirven a modo de raquetas para moverse por la nieve y no hundirse en ésta.
Su alimentación es carnívora, y suele abatir habitualmente piezas como los íbices siberianos, de 120 kilos, cuando él suele pesar entre 30 y 35. Otra peculiaridad que tiene, y que le hace extremadamente silencioso, es que no ruge como el resto de felinos, sino que simplemente resopla.
Cuento todo esto porque hará cuestión de unos años un leopardo de las nieves se hizo célebre en toda la cordillera del Himalaya por la voracidad del animal, ya que era frecuente ver los restos de sus cacerías, los cuales abandonaba una vez saciado, y en lugar de volver en días sucesivos a terminar con la ingesta, como es costumbre en su especie, dejaba tras de sí un reguero de íbices y de barales descuartizados, así como, a medida que descendía de altura, animales domésticos como yaks, cabras, ovejas y caballos. Todo le valía: su voracidad era tan grande que también complementaba su dieta con aves que encontraba a su paso, como las chovas piquigualdas.
Poco a poco empezó a crear el terror en la zona, y se realizaron diferentes batidas para darle caza, pero era como perseguir a un fantasma: siempre se desvanecía como una sombra, sus huellas desaparecían de inmediato al fundirse con la nieve y lo único que veían sus perseguidores era a sus víctimas. Desgraciadamente, sucedió la tragedia que algunos auguraban y dio muerte a dos pastores en días alternos. Ambos se encontraban a una distancia de unos 20 kilómetros.
Uno de ellos era Narayan, quien vio huir al leopardo con parte de su adorado hermano Chandan entre sus fauces. Desde aquel mismo instante decidió vengar a su hermano, se equipó con todo lo necesario e inició su búsqueda, de la cual hizo su razón de vida. Al principio realizó batidas por la zona donde tenía constancia de que había habido matanzas y aparecían presas a medio devorar. La imagen que presenció del leopardo, aunque fue fugaz, se le quedó marcada de forma perenne en la memoria. El felino presentaba varios rasgos distintivos, como una cicatriz en el hocico y una ligera amputación en la oreja derecha producto de alguna cacería. Su tamaño también era ligeramente mayor al habitual.
El territorio de caza de estos animales suele ser de unos 200 kilómetros en el valle del Spiti, donde él vivía, pero sin embargo su pista le fue alejando cada vez más de su hogar, convirtiéndole en un nómada de los Himalayas. Abandonó la India para adentrarse en Pakistán y terminar en Tayikistán, donde lamentablemente acabó su vida, puesto que su cadáver fue encontrado a medio devorar por un leopardo de las nieves, quien sin embargo dejó intacto su diario envuelto en piel de yak y que narra las peripecias de Narayan hasta el trágico momento. Dos días antes, una cámara trampa de las que utilizan los turistas para avistar felinos había captado a Narayan caminando por un valle y observado desde un risco por un leopardo de las nieves con las mismas características que el que devoró a su hermano y del cual aparecieron diferentes dibujos en su póstumo diario.
DAVID MATEO CANO