Desde hace veinticuatro años vivo en Villaverde y, a decir verdad, pocas cosas del barrio me han sorprendido. Nunca he ocultado donde resido, pero siempre que alguien me preguntaba, respondía que aquí no había nada destacable, bares, parques, casas, tiendas… ¡Qué equivocada estaba!
Tras la Segunda Guerra Púnica (218 a. C. – 201 a. C.) y la desaparición de la civilización cartaginesa, Roma desembarcó en la Península Ibérica dispuesta a la conquista. Aprovecharon las estructuras urbanísticas y comunicativas ya existentes en las zonas de costa, pero establecerse en el resto del territorio fue más difícil. Fue en el año 195 a. C. cuando, siguiendo el curso de los ríos Jarama y Henares, una guarnición de soldados dirigidos por el cónsul Catón se adentraron en el interior. Madrid se encontraba bajo influencia carpetana; no obstante, este pueblo tardó poco en sucumbir a las legiones romanas.
Tras la fundación de dos grandes ciudades, Complutum (Alcalá de Henares) y Cesaróbriga (Talavera de la Reina), los romanos buscaron enclaves fértiles, cultivables, con terreno suficiente para desarrollar tareas agrícolas y ganaderas, encontrando el lugar perfecto en la cuenca del río Manzanares.
Se asentaron múltiples poblaciones y, concretamente en el camino de Villaverde a Vallecas, en arenero del Ventorro del Tío Blas, según Cronistas de Villaverde, se alzó la villa romana de Villaverde Bajo. Única en su conjunto, además de la de Carabanchel, fue una muestra de los escasos restos romanos conservados en Madrid.
Descubierta por Fidel Fuidio el 30 de diciembre de 1927, muy pronto la prensa se hizo eco. “Los primeros hallazgos consistieron en muros, columnas y mosaicos, además de objetos de bronce, monedas y fragmentos de terra sigillata”, cuenta José Pérez de Barradas, arqueólogo municipal, en las memorias de la excavación.
Entre 1928 y 1929 se realizaron tres intervenciones, que permitieron ubicar dos villas romanas superpuestas. La más antigua, datada en el siglo I d. C., fue destruida a causa de un incendio en el siglo III d. C. Sobre ella, se construyó la vivienda que concierne, habitada hasta el siglo V d. C. Sus dueños se debieron dedicar a labores agrícolas, ganaderas y a la producción de yeso, debido a un horno encontrado en las proximidades.
El hallazgo más importante consistió en un mosaico, realizado en el siglo III d. C., con forma rectangular, compuesto por un damero de casillas con colores ocres y blancos alternos y una banda con hojas de hiedra alrededor. En la esquina izquierda de la cabecera había una pileta decorada con una estrella de once puntas, para recoger el agua al limpiar. Pertenecía al espacio considerado como dormitorio o cubiculum.
La villa ya no existe, fue destruida con la construcción del nudo de carreteras súper sur, y el mosaico fue trasladado en 1929. Actualmente, constituye una de las piezas fundamentales del Museo de San Isidro – Los Orígenes de Madrid. Con el paso de los años y los distintos trabajos de conservación, el mosaico ha recuperado gran parte de su valor.
Si cuando vayas al museo no lo encuentras, pregunta por el almacén visitable y recuerda que al igual que el mamut del Museo de Ciencias Naturales, una parte de la historia de Madrid también se escribió en Villaverde, cuando nosotros éramos romanos.
MARÍA MASCARAQUE RUBIO