DAVID MATEO CANO.
En estos últimos tiempos se ha puesto muy de moda el tema del multiverso. Cuando surgió el término hace ya unos cuantos años, se relacionaba siempre con el campo de la ciencia ficción, siendo un elemento muy sugestivo para los escritores especializados en esta materia, pero según fueron avanzando los años y la física fue realizando nuevas aportaciones se empezó a valorar de manera científica, llegándose a postular su existencia, de tal modo que únicamente faltaba una demostración plausible para convertirlo en un teorema.
Dicho teorema a fecha de hoy no ha llegado a consolidarse, pero sí se ha aceptado que existen cuatro tipos de multiverso posibles: los de tipo 1, que serían universos “isla”, existentes en un firmamento infinito pero desconectados los unos de los otros sin posibilidad de interactuar entre ellos; luego vendrían los universos de tipo 2, los cuales albergarían multitud de universos de distinta índole entre los que también podrían existir si se dieran las circunstancias adecuadas universos de tipo 1; a continuación vendrían los universos de tipo 3, que serían los universos cuánticos, los cuales se regirían por interacciones probabilísticas y de resultados inciertos, nada deterministas; y por último estarían los universos de tipo 4, que serían aquellos que entrarían dentro del campo de la metafísica, siendo totalmente abstractos. Acceder de un universo a otro resultaría imposible, puesto que se encuentran en dimensiones diferentes. El nuestro, por ejemplo, tiene tres dimensiones espaciales más una temporal, de modo que no podríamos percibir a aquellos que tuvieran cinco dimensiones aunque estuvieran superpuestos a nosotros, y la cosa todavía se complica más si llegamos hasta las once dimensiones que predice la Teoría de Cuerdas.
Existen formulaciones físicas y matemáticas que profundizan en los posibles tipos de universos existentes, pero por muy elaboradas que estén no dejan de ser meras conjeturas, por eso me llamó la atención lo que recientemente ha postulado Sara Morlock, astrofísica americana a la vez que neuróloga, quien parece ser que después de buscar durante décadas en el espacio cree haber hallado la solución en el cerebro de las personas. Al igual que podemos saber la edad de los árboles en base a los anillos que tenga su tronco, el cerebro humano también deja un rastro de su existencia en otros universos, puesto que según ella, de entre los trillones de conexiones neuronales que existen en nuestro cerebro, hay varias que indican la pertenencia a otros universos, ya que la doctora Morlock afirma que las personas cuando mueren pasan a reencarnarse en universos paralelos diferentes al nuestro y tienen tantas reencarnaciones como universos existen antes de que desaparezcan por completo, ya que esto no se produce hasta que han recorrido todos los mundos posibles.
Según esta controvertida investigadora, cada reencarnación trae aparejada una marca neuronal que no concuerda con la estructura normal del cerebro, ya que posee una información que no se rige ni corresponde con las leyes de nuestro universo. Estas conexiones neuronales no tienen necesidad de oxígeno y pueden permanecer con vida y de forma autónoma una vez fallecidas las personas; los compuestos de los que están formadas son completamente desconocidos y no se ajustan a ninguna pauta ni interactúan en manera alguna con ninguna parte del cerebro, están ahí como simples indicaciones de existencias anteriores. Localizar estas conexiones neuronales es misión casi imposible; aunque parece ser que la doctora Morlock ha dado con ellas en algunas personas, nosotros seguiremos atentos a sus trabajos para ver qué es lo que nos depara el futuro en el interesante campo del multiverso.