(A los 80 años de su muerte, en el Día del Libro)
Los libros los escriben los hombres y mujeres, y en este Día del Libro os hablo de un poeta, de un hombre que vivió con la palabra, luchó con la palabra, y aún hoy, después de 80 años de su muerte, su palabra está viva. Vigente y retadora nos invita a ser parte activa de la historia, la nuestra, la de nuestro país, la del mundo.
Comenzamos a estudiar a Antonio Machado en el instituto con la Generación del 98. Su melancolía y sus Soledades. Sus andanzas por tierras de Castilla, aunque era sevillano de nacimiento. Joan Manuel Serrat musicalizó y dio voz a varios de sus poemas más conocidos o que nos suenan más por eso mismo.
En sus principios, Machado fue un escritor “intimista”. Pareciera que sus poemas y demás escritos se los dictara el alma, su fibra más profunda, sus más recónditos pensamientos y sentimientos… Pero cuando llegó a Soria (después de haber vivido en Madrid y París) como profesor de Francés en el instituto y contempló los campos, los árboles milenarios, las siembras; esa naturaleza casi amarilla, casi uniforme, casi monótona, se salió de él mismo y se fundió con ella, la “adoptó” para siempre y se hizo él mismo un poco tierra. Y la escribió, la lanzó al viento y sembró las palabras al mismo tiempo que los labriegos castellanos sembraban el trigo y la cebada, y se embebió también de su forma de vida y sus paisajes. Al salirse de sí se hizo universal.
Y como escribió en sus Cantares —“Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”—, se adentró en Segovia, Baeza, Valencia y Barcelona, dejando sus huellas y sus conocimientos allí también.
Con la palabra se comprometió con otros escritores de su generación preocupados por España un poco perdida (lamentablemente, como en la actualidad), un tanto aniquilada y decaída por la pérdida de sus últimas colonias, y casi presintió el resquebrajamiento que condujo, inexorablemente, a la Guerra Civil Española de 1936. “Golpe a golpe y verso a verso” se implicó en tratar de regenerar “la piel de toro” que parecía desestructurarse, descarnarse, diluirse.
Desde su sillón de la Real Academia Española y su militancia y docencia se vio un invernal día de enero de 1939, junto a su madre, mayor y confundida como tantos y tantos compatriotas, camino del exilio. Machado, don Antonio, al cruzar la frontera entre España y la vecina Francia ya no llevaba el alma. Hacía ya mucho tiempo que había comenzado a morir.
A veces el exilio salva de una muerte segura y otras es el camino seguro hacia la muerte, una muerte cruel dejando una patria dividida, rota, agonizante y, sobre todo, amada y respetada por el poeta. Y en apenas un mes desde su llegada a un pueblo costero —Colliure—, roto su corazón y rota España, el 22 de febrero de 1939 murió Antonio Machado, mas su palabra vive inextinguible, eterna.
Tal vez tu cuerpo allí en la tumba fría
se haya hecho palabra, un bosque de palabras
y si lo abriesen
se esparcirían al aire, luminosas, tenaces,
como una manifestación de mariposas libres.
Pilar Ortega